viernes, febrero 17, 2006

...y que esto le pase a un niño...

Bruno Marcos

Sabía que llegaría ese día en el que, sentado en el sillón -un tanto clínico- del peluquero, vería caer unos mechones de cabello que no me parecerían míos. Trozos de pelo más ásperos que el mío en los que predominan canas. Nada que ver con el flequillo indomable que acariciase mi madre. El cuerpo no se despista, va hacia su destino.
Un mechón se cuelga en la ladera del babero gigante, lo dejo unos minutos regodeándome en su decrepitud, en pensar que si lo viera sin saber su origen podría pensar que perteneció a un anciano. En cosa de uno o dos años mis sienes se han ido plateando sin descanso.
En un momento dado, por debajo de la sotana azul celeste, le doy un empujón con la mano al mechón de anciano y cae al abismo del suelo con todos los cabellos de los otros.

Recuerdo que una vez, en los diarios de Trapiello, leí cómo recogía el día en que se dio cuenta de que tenía una cana en el pubis.
Como dice un amigo de Paul Auster: ”... y que esto le pase a un niño...”

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Peor es cuando no te acuerdas de qué color es realmente tu pelo.

febrero 18, 2006 1:17 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Respecto a escapar al tiempo conservando el pelo, podrías interrogar al colega Perez, al que todos recordamos con bastante menos masa capilar que la que luce ahora. ¿La eterna juventud empieza por la melena? El pobre Haro sin hogar, recuerda que con buenas palabras se negó a compartir el secreto,como si de una logia de elegidos para la inmortalidad se tratase.

marzo 13, 2006 8:12 p. m.  

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